miércoles, 1 de mayo de 2013

Bajo los suburbios


En Frankenweenie Tim Burton retoma, entre otros mitos cinematográficos, el del pueblo o lugar construido sobre un cementerio indio o tierra sagrada india. Este es un mito que según tengo entendido viene de películas como poltergeist y muchas otras, sobre todo de terror. También se supone que hay algo de esto en El Resplandor de Kubrick. Esto de estar sobre tierra sagrada, tomada a la fuerza despojando a los indios, provoca que en alguna aparentemente muy tranquila población sucedan hechos extraños y terroríficos. En el caso de Nueva Holanda, el típico suburbio americano en donde tiene lugar Frankenweenie, al mito de que se encuentra sobre un cementerio indio, se le agrega un cementerio de mineros muertos o una mina de oro llena de mineros muertos. Da lo mismo, el caso es que el lugar fue hecho gracias a la explotación y despojo de las almas enterradas abajo. Y curiosamente esta maldición se manifiesta en forma de muchos rayos que matan gente. O sea de la energía, y el símbolo de Nueva Holanda también tiene que ver con la energía pues se trata de un molino de viento sobre una colina. Como es de suponerse este símbolo deberá arder entre las llamas antes de que pueda triunfar el bien.

Y el mal no sólo está enterrado en las entrañas de este fraccionamiento, también está por encima de él pues el alcalde de Nueva Holanda es un tipo de esos que salen con antorchas a quemar brujar o inmigrantes ilegales; o perros como Sparky. También es un tipo obscurantista seguramente puritano y muy religioso que hecha al profesor de ciencia de la escuela primaria de Nueva Holanda. Y hace cantar a su sobrina el himno de Nueva Holanda y de sus casas que se pueden adquirir con bajas tasas hipotecarias. Por suerte para los habitantes de este lugar la cuenta de su riqueza y de sus fuentes de energía malhabidas les llegará en forma de una tortuga estilo godzilla, seamonkeys de agua dulce que mueren al hecharles sal, un gato-vampiro y otras cosas así y no de chicos suburbanos desquiciados armados con bombas o metralletas. No digo que las víctimas de atentados tengan la culpa de nada, conste. Desprecio totalmente a la gente que mata nomás por matar. Sólo digo que el equivalente en el mundo real, en los suburbios de verdad, de los monstruos, fantasmas y demás agentes del terror del cine son los ataques de los loquitos, y entre los loquitos van incluidos todos los terroristas.

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