martes, 10 de marzo de 2020

El Dios con bocinas Marshall y el pueblo de corderos



Más que la locura, el amor, el pecado o el sexo, lo que separa a Bess McNeil de la comunidad religiosa donde vive es que ella "escucha" a Dios y todos los demás lo leen. Lo de que está loca me parece más bien un recurso narrativo porque para estar loca Bess es sumamente congruente. La diferencia entre leer y escuchar en cambio es tajante: Los viejos patriarcas de la comunidad no le ponen siquiera campanas a su iglesia pues dicen que no las necesitan y Bess tras la muerte se convierte en tañír de campanas. Los patriarcas la retan a decir que cosa buena trae la gente de fuera y Bess, a quien le gusta bailar, contesta que la música. Y se mete a la iglesia de la palabra escrita de Dios vestida de puta a decir que no se pueden amar las palabras pero que se puede amar a un hombre. Sin embargo ella hace todo lo que le dice ese hombre porque las palabras de Dios, que escucha en su cabeza, se lo exigen.

Sus problemas empiezan cuando le pide a Dios que le traiga a ese amor que sólo puede escuchar por teléfono, pues está en una plataforma petrolera.

Cree escuchar a Dios, un Dios que se parece mucho al severo Dios patrircal de su comunidad: Un hombre mayor de voz grave que exige su sacrificio. Sacrificio que al final sirvió para que su amiga Dodo y Jan se conocieran. Los de fuera. Bess estaba a punto de salvarse cuando Dodo le dijo que escuchara a Jan. Las palabras de los de fuera, que ella confunde con las palabras de Dios fueron su perdición.

Las palabras que le llegan por teléfono desde las olas, la muerte que ella va a buscar atravesando las olas del mar. A través de olas, waves, la misma palabra que se usa en inglés para las ondas, que son como olas de sonido.

Las ondas de radio o las ondas del vinyl a través de las cuales podrían llegar canciones como Life on Mars de David Bowie (que viene en la versión original de la película) a ese remoto pueblo escocés a principios de los setentas. El cantante favorito de los desadaptados en ese entonces. Aquí también, como en Christian F la música de Bowie es como un canto de sirenas, música que anuncia la inminente caída en las fauces de un monstruo.

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