miércoles, 28 de noviembre de 2018

La insoportable timidez de Murakami


No cabe duda que la prosa de Haruki Murakami es fina, lo suyo es la exquisitez y el regodeo en los detalles. En After Dark, por ejemplo, nos describe como se despierta una chica durante varias páginas. Desde los primeros movimientos apenas perceptibles, de los que ni siquiera podemos estar seguros que existan, esto en la página 132, hasta que finalmente abre los ojos en la página 135. Poco más adelante, en la 137 la chica por fin se sienta en la cama. Y sin embargo Murakami sabe hacerlo de modo que los lectores no perdamos el interés.

Pero esta extraordinaria sensibilidad narrativa, igual que como suele suceder con personas demasiado sensibles, podría decirse que va acompañada de una gran timidez. Aunque en After Dark se despliega una gran imaginación en la forma de narrar, la historia en sí, despojada de los fuegos artificiales narrativos, es apenas una brevísima y anodina anécdota. El conflicto central es de lo más ñoño: dos hermanas se han separado. No es que se hayan peleado. No ha habido ningún conflicto entre ellas. No se fueron a vivir lejos una de otra. Nada de eso, por favor no se espante, es sólo que eran muy unidas y ahora ya no tanto. Esta novela no necesita una advertencia para los cardiacos.

Es cierto que Eri Asai, una de las hermanas dormía demasiado. Pero no estaba enferma ni le habían hecho vudú; estaba preocupante todo lo que dormía, pero al final su hermana se mete a la cama con ella y la abraza y Eri se despierta y ellas están calientitas y todo está bien. Eso es todo lo que necesitaba, un buen abrazo.

Aparece una especie de televisión maligna que parece nos va a llevar a terrenos del horror o la ciencia ficción, pero al final esta resulta también ser sólo otro truco narrativo. El libro promete un viaje a la noche, al lado oscuro y los bajos fondos de la sociedad y de hecho aparece una prostituta golpeada y el personaje con doble vida que le pegó y robó. También hace acto de presencia la mafia china. Pero sólo aparecen en la historia como cosas que se ven de pasada sin que afecten en realidad la trama de los personajes principales. Esta tampoco es una historia policiaca y menos aún, Dios nos libre, con escenas de sexo o temática sexual.

Atrás de esta timidez puede notarse un gran conservadurismo. Un chico y una chica pasan toda una noche juntos. Ninguno de los dos bebe. Ni consume drogas claro está. Oyen jazz, de los cincuentas principalmente. Y toman café. Ellos son jóvenes estudiantes universitarios y no es una novela de época, fue publicada en 2004.

Tampoco hay mucho amor que digamos, al final él le dice que ella le gusta, pero no se besan siquiera. Y ella se va a ir a estudiar a China así que tampoco se volverán a ver pronto. El sexo sólo se menciona como broma: Frente a un hotel de paso Takahashi, o sea él, le dice a ella, Mari, que sabe que están pensando lo mismo, pero que sus calzoncillos están sucios así que no puede ser. Y los dos se ríen pues obviamente es una broma.

Al principio Murakami nos presenta a Takahashi como un tipo lento, que se demora al hacer cualquier cosa, no muy limpio, que “Tiene el aire de perro cruzado, bonachón, aunque no muy listo, que vaga perdido por las calles.” El mismo Takahashi dice que su Universidad no es nada del otro mundo.

Más adelante como que Murakami le agarra algo de cariño a Takahashi y parece que hay un cambio sutil, no podía ser de otro modo con Murakami, y Takahashi resulta que no es realmente mal estudiante y va en una Universidad “aceptable”. De hecho ha decidido ponerse a estudiar en serio su carrera de derecho y para eso va a dejar de tocar el trombón en un grupo de la propia Universidad. Porque pues no se puede ser un buen estudiante y andar al mismo tiempo de locote tocando el trombón, habrase visto. También nos enteramos que Takahashi es hijo de un baby boomer , la generación nacida después de la guerra, a la que pertenece Murakami, quienes “son tenaces” y “saben detenerse a tiempo al borde del abismo”. Algo hace sospechar que con eso quiere decir bastante lejos del borde. ¿Y no era ya suficiente homenaje a los boomers japoneses presentar a jóvenes del 2004 oyendo y tocando música de su generación?

Al final Mari, después de pasar una noche en este “lado oscuro” de color tan fresa regresa a su casa:

Bajo nuestros ojos se alinean casas de dos pisos con jardín. Desde lo alto todas parecen casi idénticas. Ingresos similares, composición familiar similar. Un Volvo nuevo de color azul marino brilla con orgullo al sol de la mañana. Una red para hacer prácticas de golf instalada en un jardín con césped. La edición matutina del periódico acabada de repartir. Personas que pasean perros de gran tamaño. Los sonidos de los preparativos del desayuno que se oyen a través de las ventanas de las cocinas.  

Un mundo económicamente, familiarmente y hasta visualmente homogéneo y seguro en donde se meterá a la cama y abrazará a su hermana.

En fin, una historia rebosante de sensibilidad, tanta como para conectar con la hipersensibilidad moderna de quienes buscan seguridad por sobre todas las cosas y se sienten amenazados por todo y por todos. Como tantas novelas contemporáneas.

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